Todo es relativo, todo depende de con qué se comparen las cosas. Una puede ser guapa o fea, buena o mala, pendón o recatada, lista o tonta... todo depende, como digo, del referente que se tome.
El "mucho" y el "poco" son todavía más difíciles de cuantificar. ¿Cuánto es mucho? ¿Cuánto es poco? Este tipo de reflexiones me asaltan cada día cuando voy a pedir un cortado en un bar.
Tras más de 4 años en Barcelona creo que sólo considero insalvable este choque cultural. Con el idioma o la forma de ser de los catalanes no tuve ningún problema: Me he adaptado al pan con tomate, a que cada uno se pague lo suyo cuando va a un bar, a lo serios que son, a las conversaciones escatológicas, a los castellers, a los calçots... pero no puedo acostumbrarme a los cortados que preparan aquí. De hecho, tenemos distinto concepto de lo que es un cortado: Para ellos es un café con leche pequeño mientras que para mí es un café con un poquitito de leche.
Tras mucho tiempo desayunando cafés con leche pequeños, decidí pedir "cortados largos de café" pero no se solucionó el problema. Ponían más café pero también más leche, por lo que la proporción era la misma pero con un problema añadido: al llenar la tacita hasta su máxima capacidad siempre se derramaba algo al plato.
Pero soy una mujer de recursos y decidí cambiar la estrategia. Comencé a pedir los cortados "con muy poquita leche". Lo digo y acompaño mis palabras con las manos, juntando índice y pulgar y subiéndolos a la altura de mis ojos. Creo que es bastante gráfico y queda claro que para mí es importante que el café tenga la cantidad justa de leche.
Podríais pensar que con estas nuevas instrucciones he conseguido tomar los cortados como me gustan pero... No. Haciendo un cálculo rápido, diría que el 80 % de los cafés que tomo tienen, a mi parecer, demasiada leche.
Está claro que tampoco me pongo de acuerdo con los camareros sobre lo que es mucho y lo que es poco. Me desespera tanto esta tontería...